En el centro de la tragedia, se situó el municipio de Sant Llorenç des Cardassar, que sufrió el desbordamiento del torrente Ses Planes, que atraviesa el pueblo. El 9 de octubre, esta localidad registró las precipitaciones más abundantes de toda la isla. Según datos oficiales recabados de los archivos de la web ‘Balears Meteo’, hasta 257 litros por metro cuadrado cayeron el ‘día D’ sobre Sant Llorenç, el 60 por ciento de la lluvia total registrada en el municipio durante ese mes, que fue especialmente pródigo en tormentas.
La idea de que las lluvias registradas durante el mes de octubre de 2018 en Sant Llorenç fueron excepcionales aparece reforzada por otros datos. Éste fue con diferencia el octubre más lluvioso de la última década. Así, si en este mes se alcanzaron registros totales de 424 litros por metro cuadrado, en años precedentes se registraron cifras muy inferiores, como puede observarse en el gráfico adjunto. En 2011, por ejemplo, las precipitaciones de octubre apenas llegaron a 29 litros por metro cuadrado. Y en 2013 la cifra se quedó en 14,2 litros.
Si el análisis se remonta aún más atrás en el tiempo, los datos refuerzan el argumento de que fueron unas precipitaciones fuera de lo común. Nunca antes había llovido tanto en Sant Llorenç, al menos desde que la AEMET tiene registros oficiales. Hasta ese momento, el récord estaba en los 160 litros por metro cuadrado que hubo en el año 1989. Lo mismo es válido para otras localidades vecinas, como la Colònia de Sant Pere, donde el 9 de octubre de 2018 la estación meteorológico registró 233 litros frente al tope de 200 que estaba fijado como referencia hasta ese momento, según informó la Agencia Estatal de Meteorología.
Pero la ‘tormenta perfecta’ que provocó los hechos del pasado octubre no fue consecuencia únicamente de factores meteorológicos. Ningún organismo oficial previó la magnitud de las precipitaciones que se produjeron el 9 de octubre. La Agencia Estatal de Meteorología, que diariamente difunde partes con la información del tiempo y que se encarga de emitir los avisos, mantuvo durante buena parte de ese día (al menos hasta las 18.53 horas) una alerta amarilla.
La alerta amarilla es la de menor escala dentro de una gradación de avisos que incluye la alerta naranja y la roja. En el caso de la amarilla, se aplica cuando se prevén precipitaciones de más de 20 litros por metro cuadrado en una hora. Cuando ese nivel de lluvias se eleva a 40 litros, se produce la alerta naranja, mientras que la roja marca la máxima gravedad. Esta alerta máxima sólo llegó a las 22.01 horas del día D, como informó a este diario la delegada territorial de la AEMET en Baleares, María José Guerrero, pocos días después de la riada. La alerta roja se produjo cuando ya hacía horas que las imágenes de torrentes desbordados y coches atrapados se habían difundido ampliamente en telediarios de televisiones locales y en redes sociales.
Factores geológicos y urbanísticos
Para ayudar a desentrañar el escenario de la tragedia, existen otros factores a tener en cuenta, relativos a la geología y a la tipología constructiva. Por un lado, la configuración geográfica de la cuenca donde se ubica Sant Llorenç propicia este tipo de fenómenos de ‘gota fría’, como detalló a este diario el profesor de Geografía Física de la UIB Celso García, el día después de la riada mortal. García explicó que Sant Llorenç se ubica en la falda del Puig d’Alpare, donde se formó la tromba de agua.
Esa montaña, con su desnivel, favorece el traslado del agua hacia el casco urbano. Este experto calculó el “tiempo de concentración”, es decir, el tiempo que tardaría una gota de agua en llegar a su ‘salida’ (es decir, el núcleo de Sant Llorenç), después de precipitarse en el Puig d’Alpare. Su conclusión es que el agua se desplazó a toda velocidad entre ambos puntos: entre 45 y 50 minutos.
Además, la mano del hombre se rastrea en las causas de la catástrofe al haber alentado durante los últimos años el desarrollo urbanístico en el entorno de los torrentes de la isla, con el consiguiente peligro para los vecinos. Así lo subrayó en su día un ex alto cargo de la conselleria de Medio Ambiente, Enrique Barón, quien lamentó que a lo largo de las últimas décadas se hayan “aprisionado cuencas entre paredes de ladrillo”.
De hecho, el Govern tiene identificadas en Mallorca 10 Áreas de Riesgo Potencial Significativo de Inundación (ARPSI), que son torrentes que pasan por núcleos urbanos. Entre ellos, está el de Ses Planes (en Sant Llorenç), que se desbordó el 9 de octubre de 2018.
La virulencia de estas catástrofes naturales como la que sufrió Mallorca el año pasado y como la que sufren periódicamente distintas partes del mundo se ha vinculado por parte de la comunidad científica a los efectos del calentamiento global. En esa línea se ha posicionado, por ejemplo, el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, en sus siglas en inglés), que ha advertido de que “un clima cambiante puede dar lugar a fenómenos meteorológicos y climáticos extremos sin precedentes”. Centrando el análisis únicamente en los hechos, estos sí que demuestran un aumento significativo de desastres naturales en las últimas décadas. Al menos, así se observa en el trabajo basado en datos abiertos que ha desarrollado por un equipo de investigadores de la Universidad de Louvain (Bruselas, Bélgica), que se puede consultar en el recurso ‘Our world in data’.
Daños materiales
La riada del 9-O se recordará en primer lugar por las 13 víctimas que provocó, entre residentes y turistas. Pero también causó cuantiosos daños materiales, cuya dimensión puede rastrearse a partir de una imagen vía satélite captada por el programa de la Unión Europea ‘Copernicus Emergency Management Service’.
La superficie en amarillo, que representa la ‘zona cero’ de la catástrofe, abarcaba en total 133 hectáreas, según calculó Copernicus. El programa europeo estimó también en casi 600 las viviendas afectadas. El Govern, por su parte, informó días después de la riada de que habían sido retirados 324 vehículos dañados, al tiempo que comunicó que 4.200 toneladas de residuos habían sido retiradas y depositadas temporalmente en tres vertederos creados tras la catástrofe.