Compra semanal sí, pero también se acude a los mercados como hito turístico de experiencias. El Olivar, Santa Catalina, Pere Garau, Nou Llevant y Camp Redó ilustran los cambios en un sector económico-cultural clave.
Los mercados municipales buscan su equilibrio. Sacudidos por el éxito de la marca Palma se les reconoce reclamo turístico solo que ni el Olivar, ni Santa Catalina, ni Pere Garau, ni el de Camp Redó y el de Nou Llevant quieren dejar de ser las plazas de abasto tradicionales para acabar convertidos en mercados gastronómicos al estilo de San Miguel en Madrid y en menor medida, La Boquería de Barcelona. Sin embargo, la moda se impone y con matizaciones, se están apuntando a esta tendencia en la que cierto tipo de consumidores busca “sensaciones” en las despensas de los alimentos.
Olivar: Entre la tradición y ser icono turístico
El mercado del Olivar se abrió en 1951 aunque su origen se remonta al mercado de abastos de la plaza Major. Esa herencia de venta de los productos locales al consumidor se mantiene con muchos matices, los que da el paso del tiempo y los nuevos usos. El principal mercado municipal de la ciudad es el reclamo turístico de la marca Palma. Sus puestos de degustación alcanzan hasta el 40 por cien de la oferta en la zona de pescadería, en la nave central llega al 25 por cien.
“Estamos viviendo un momento delicado porque todo lleva a pensar que se han de convertir en mercados gastronómicos. Nuestra política, sin embargo, prioriza el mercado tradicional. Hay que apuntar la falta de interés por los oficios y se percibe en la falta de continuidad en unas profesiones muy duras. A ello hay que sumar la falta de relevo generacional porque ahora los hijos de los carniceros o pescadores o vendedores de verduras y frutas ya no quieren seguir el mismo camino que sus padres. Por eso, si siguen, lo que quieren es montar una vermutería o servir restauración”, indica Moll. Esto no solo ocurre en el Olivar. Es moneda común en el resto.
Santa Catalina: El más antiguo de Palma en un barrio al gusto de escandinavos
Abierto en 1905, es el más antiguo de la ciudad. Por su cercanía al mar y a los clubes náuticos, es habitual ver en él a marineros y navegantes entre sus clientes, muchos de ellos extranjeros de paso. El aire internacional prosigue hoy en un barrio que ha sido ‘tomado’ por los europeos del norte, sobre todo suecos que al comprar a precios altos, han provocado que muchos residentes hayan vendido. Esta presencia extranjera se nota en el mercado que ha sido víctima, cada vez menos, del tardeo. Alargar el vermut para ir después a las galas de tarde ha trastocado el barrio.
Los mercados siempre han contado con bares donde tanto placeros como clientes tomaban el tentempié o el reventat tras la compra o la larga jornada de trabajo. Hoy el tapeo ha multiplicado estos locales que suelen estar en las esquinas de los mercados hasta llegar a reemplazar, en muchos casos, a los puestos de venta. El Olivar es un ejemplo.
En la zona de pescadería, el éxito, sobre todo entre turistas pero no solo, de la degustación de sushi y ostras, los ha desplazado a los laterales “para mantener y permitir el paso de los clientes de la pescadería y no colapsar el tránsito”, indica Moll. Ocupan ya un 40 por cien del espacio.
“No se puede comparar el Olivar a los mercados gastronómicos porque éstos buscan generar sensaciones sin ser mercado de abasto; claro que el turista cultural siempre pasa por el mercado, compra en plan gourmet, no mucha cantidad, pero buscan sentirse como si estuvieran en casa”, expresa Moll.
Los mercados como generadores de experiencias con reclamos publicitarios “vive como un local” no es significativo entre los cruceristas. “Aportan poco a los mercados. Hacen un uso bestial de los lavabos públicos, eso sí, pero no consumen”, comenta el representante de los usuarios del Olivar.
Pere Garau: La única plaza con puestos en la calle y venta de animales vivos
Inaugurado en 1943 es uno de los más antiguos de Palma. Su característica principal es que es el único que tiene puestos de venta en el exterior, atendidos por los payeses con productos de sus huertos. Se colocan en la explanada de la plaza los martes, jueves y sábados. Los precios son más asequibles que en otros mercados de la ciudad. Otra de sus peculiaridades es la venta de animales vivos y los puestos de ropa a precios de ganga. Tímidamente, se ve a algún turista que busca su autenticidad.
Alertado por la “turistificación” que “está cambiando la fisonomía de las plazas de abasto”, Jaume Garau, de Palma XXI -la entidad civil que analiza en profundidad cómo está transformando el turismo la vida de las ciudades-, confiesa: “Nos da miedo que lo local pierda peso por tener una vida más ‘cosmopolita’ que no sabemos si será positiva. Los placeros se están adaptando a estos clientes con más dinero”.
Prosigue Garau: “El mercado del Olivar lleno de cruceristas, los puestos de tapeo y vermut en el de Santa Catalina, llenos de turistas. Todo ello nos da una imagen de intensidad turística que no es bueno para una ciudad de cambios lentos. Estamos preocupados por las transformaciones tan rápidas con un agudo impacto inmobiliario que está cambiando la vida de Palma”.
Los mercados vistos como nuevos espacios turísticos que promocionan las ciudades llega también a Palma con una “preocupante” profundización a través del turismo vacacional en el centro de la ciudad.
Si en otras ciudades españolas el cambio de uso de los mercados de abastos por los de oferta gastronómica ha liquidado a los primeros, o los ha modificado, alcanza de lleno a una ciudad que ha visto crecer exponencialmente nuevos intereses para otro tipo de turista. El Olivar y Santa Catalina son los ejemplos más evidentes.
“Nuestra idea es que el eje sea el mercado tradicional sin dejar de ser reclamo para el turista cultural que siempre pasa por el mercado. Los de Palma han notado negativamente los efectos de la prohibición del alquiler vacacional en el centro de Palma, porque quienes viajaban a la ciudad y se hospedaban en este sistema de alojamiento eran clientes habituales; también en temporada baja”, asegura Moll.